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Capítulo 13
Prisión en Egipto

Cómo la vida le fue respetada y Gillion fue devuelto a prisión

Acompañamiento musical

Cuando el Sultán oyó hablar a su hija, se dio cuenta de que decía la verdad, pero no pensó el fin hacia el cual ella apuntaba. Le dijo: «Mi muy querida hija, creo en tu buen consejo». Entonces el Sultán dio la señal para que no se hiciera daño al cristiano y ordenó que se le devolviera a la prisión. Ahí se encontró con un nuevo guardia de la torre a quien el Sultán le ordenó que lo recondujera al calabozo y que, so pena de muerte, no le diera de comer sino pan y de beber sino agua. El guardia contestó que cumpliría la orden hasta la muerte. Entonces desató a Gillion y, cogiéndolo por el brazoa, lo llevó al calabozo. Cuando se encontró ahí, Gillion levantó los ojos y muy piadosamente dijo: «Oh, mi verdadero Dios, que quisisteis salvar mi cuerpo y alejarme del peligro como lo puedo apreciar, porque hace un momento creía que mi fin había llegado. Pero, por Gracia Vuestra, la doncella ha hecho que mi vida sea respetada. Muy dulce Dios, os encomiendo a mi mujer, a mi hijo y a todos mis buenos amigos. Dice un proverbio que "a quien Dios quiere ayudar, nadie le puede hacer daño».

Porque Gillion comprendía que un momento antes no esperaba sino la muerte y ahora, por consejo de la doncella, se le había otorgado gracia. De otro lado, tenía un nuevo guardián que ocultamente era creyente en Dios, pero no se atrevía a decirlo por el gran temor que le tenía al Sultán. A pesar de su temor, cada día pasaba y reconfortaba a Gillion dándole

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todo lo que podía, al punto que no había pedazo alguno de comida que no compartiera con Gillion. Le daba suficiente comida y bebida. Se llamaba Hertán, pero después tuvo por nombre Henri. Muy lealmente sirvió a Gillion en varias ocasiones; maravillosamente grandes y fuertes fueron su corazón y su pensamiento, puestos totalmente al servicio de Dios. A ellos los dejaremos estar un poco hasta que sea la hora y mientras tanto hablaremos de la bella Graciana.

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