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La separación de los hermanos
Capítulo 44-A

De cómo Gérard combatió contra Lucion por el amor de Nathalie y lo derrotó

Acompañamiento musical

Ya antes habéis oído cómo Gerard de Trazegnies estaba prisionero del Rey Morgant en su castillo de Ragusa, donde a menudo era visitado por la bella Nathalie. Ella lo tenía tanto en su alma que no pasaba un solo día sin que le hiciera una visita; grandes signos de amor le manifestaba. A menudo ella lo llevaba a su habitación, donde podían conversar privadamente; y Gérard se sentía tan bien con la dama que muchas veces la amonestaba para que creyera en la ley de Jesucristo. Pero ella no aceptaba esta propuesta porque creía tan fuertemente en la ley de Mahoma que Gérard no podía persuadirla. Finalmente, cuando se convenció de que no podía hacer más, la dejó en paz por temor de irritarla.

En el castillo del Rey Morgant había un poderoso emir que tenía por nombre Lución y que amaba enormemente a la bella Nathalie. Sucedió que un día, vino a la habitación de la doncella para entretenerse y conversar con ella; y le dijo: "Dama, por la ley en la que creo, os confieso que estoy tan enamorado de vos que ni de día ni de noche puedo tener descanso. Hace ya mucho tiempo que nació mi amor. Ha llegado, pues, el día en que valientemente he venido a decíroslo, a fin de que vuestra gracia pueda acordarme algún consuelo; porque no puedo vivir un sólo día mas sin que admitáis ni entrega a vos". Cuando la bella Nathalie escuchó a Lución, muy cortésmente le contestó: "Lución, por el momento no me conviene amar ni a vos ni a otro, ni sostener mil palabras en ese sentido. Por consiguiente, no debéis tener ninguna esperanza respecto de mí. No esperéis, pues, que actúe de otra manera; pero cuando el Rey Morgant, mi hermano, tome mujer, entonces seguiré su consejo sobre esta materia". A Lución se le encogió el corazón cuando escuchó a la doncella y audazmente se acercó a ella para besarla. Pero la doncella, a quien el emir no le importaba nada, levantó el puño ante ella y le dio un golpe tan grande en la boca y sobre los dientes que la sangre comenzó a manar en gran cantidad y le manchó la barba y el pecho. Al recibir el golpe, Lución se llenó de ira y de irritación y, saliendo fuera de la habitación, juró a Mahoma que dentro de pocos días se vengaría. Lo más rápidamente que pudo se fué a su habitación, donce se hizo curar y lavar, y no salió de ahí hasta que estuvo completamente sano.

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Sucedió que un mes más tarde, Lución vino a la Corte donde encontró al Rey Morgant sentado a la mesa, con Nathalie, su hermana, cerca de él. Lución que se había preparado para llevar adelante sus intenciones, se puso a servir al Rey; pero dentro de sus uñas había colocado veneno. Fué a la cocina y tomó la comida, de tal manera que nadie podía notarlo. Después, puso el plato delante del Rey. El Rey estiró la mano para coger la carne; pero tenía un anillo en uno de sus dedos del que una de las piedras, al sentir el veneno, saltó fuera de su engaste y cayó sobre la mesa delante del Rey, que conocía muy bien la verdad sobre la virtud de esta piedra, tomó el plato de carne tal como estaba y lo echó a un lebrel que se encontraba asus pies. El lebrel, que estaba muy hambriento, se puso a comer; pero apenas había tocado la comida que se le reventó el vientre y murió delante de la mesa. Entonces el Rey Morgant quedó muy confundido y dijo: "¡Oh, Mahoma! Mucho me gustaría saber quién ha sido el que persigue mi muerte de esta manera. Ciertamente, si lo supiera, aún peor veneno le daría". Entonces, todos se levantaron inmediatamente de la mesa y cada uno se puso a mirar a su compañero para ver si mudaba de color. La bella Nathalie regresó llorando a su habitación. Lución, viendo que la bella se había ido, se acercó al Rey Morgant y le dijo: "Sire, sabéis bien que nunca habéis encontrado mal consejo en mí. Siempre os he sido fiel y os seré mientras mi cuerpo tenga vida, como corresponde; por eso de mi no debéis esperar traición alguna ni una mala jugada, ni a vos ni a ningún primo ni pariente próximo vuestro. Ha llegado la hora de que la verdad os sea dicha sobre la desleal traición que contra vos ha intentado vuestra hermana, Nathalie. No hace mucho tiempo que ella me solicitó preparar este veneno para haceros morir y así sucederos después en el reino. Y me prometió sobre la ley de Mahoma que si lo hacía, me tomaría como marido y me haría llevar la corona sobre mi cabeza y sería Rey de Esclavonia. Cuando escuché sus malos propósitos, inmediatamente le contesté que nunca os haría morir y que jamás consentiría en ninguna traición ni envenenamiento. Cuando ella comprendió que yo no quería realizar su voluntad y que en esta forma había quedado al descubierto ante mí, me dió un golpe con el puño tan fuerte sobre la boca que me hizo saltar dos dientes y me ocasionó un gran dolor. Lo que os digo es una confesión. De vos depende si ordenáis que sea quemada o si permitís que se escape viva". "Lución", le dijo el Rey, "sabed en verdad que, aunque se trate de mi hermana, haré con ella tal justicia que quedará para siempre en la memoria de todos". Lución salió y el Rey Morgant quedó solo y pensativo, porque amaba tanto a su hermana que a duras penas podía creer que se le hubiera ocurrido cosa semejante. Mucho se preguntaba sobre la causa por la que ella pudiera haber querido su muerte.

Sucedió que un día el Rey Morgant convocó a su consejo y lo hizo comparecer ante él en la sala. Entonces les contó palabra por palabra lo que Lución le había dicho sobre la traición y el envenenamiento que su hermana Nathalie había planeado. Entonces los barones y el consejo en conjunto le dijeron al Rey: "Sire, éste es un asunto muy grave y muy peligroso de juzgar. No podemos condenar a muerte a una persona tan próxima de vos como es vuestra señora hermana sin oír sus descargos. Por eso, nos parece a todos que para actuar debidamente debéis hacer venir ante vos a vuestra hermana Nathalie y a Lución". El Rey les respondió que tal consejo le era agradable. Mando buscar a la bella Nathalie que estaba acostada en su cama, muy sentida por el hecho de que se había intentado envenenar a su hermano. El mensajero llegó donde ella y le dijo: "Dama, debéis venir ante el Rey, vuestro hermano, quien con sus barones os esperan para oír vuestro descargo. Si no podéis probar adecuadamente vuestra falta de participación, esta noche seréis condenada a muerte". Este sarraceno que le trajo la noticia, era pariente de Lución. La doncella, habiendo escuchado al sarraceno, quedó muy confundida por lo que le había dicho y, acompañada por sus doncellas, se presentó en el palacio ante el Rey, su hermano. Apenas él la vio llegar, le gritó: "Dama puta, dama que no es doncella, no deberíais ser llamada ante mí después de que habéis querido hacerme morir. Porque habéis puesto el veneno creyendo que seríais señora y reina después de mi muerte. Pero Mahoma en quien tengo gran confianza no lo ha querido permitir". Entonces la doncella, muy triste y apenada, con la seguridad de quien se siente que no ha cometido el hecho que quieren atribuirle, le dijo que hiciera venir ante ella aquél que la acusaba de tal crimen. "¡Falsa desleal!", le dijo el Rey Morgant a su hermana, "es por Lución que hemos sabido todo lo que queríais hacer y nos hemos enterado de que para lograrlo estabais dispuesta a venderos a él".

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"Sire", dijo Lución que estaba ahí presente, "la verdad es tal como la habéis dicho, porque debido a que yo me rehusé a haceros morir, ella me dio un golpe con el puño tan grande sobre los dientes que dos de ellos se rompieron en mi boca. Así como lo oís y por el aprecio que os tengo que me lleva a salvaros la vida, he perdido dos de mis dientes que jamás podré recuperar". La doncella Nathalie miró muy fieramente a Lución y le dijo: "Desleal traidor, ojalá que de Mahoma seas maldito. ¿Cómo puedes ser tan audaz y tan atrevido para haber querido atribuirme tal traición? ¡Muy desleal traidor malvado!. La causa por la cual te golpeé fue porque me requerías de amores y tratabas de besarme, lo que no me placía. Por eso te di el golpe. Lamento no haberte injuriado aún más gravemente, desleal bandido y malvado ¡Jamás en mi vida hubiera pensado en la malvada traición que me has atribuido sin ninguna razón ni motivo!". "Ciertamente", dijo Lución, "no he dicho otra cosa de vos que la verdad; porque nunca os hubiera acusado si no fuera porque así pasaron las cosas. Si hay algo respecto de lo cual pudierais probar lo contrario mediante caballero o escudero, yo seré aquel que dejaré en claro aquello que vos ponéis turbio. Pero estoy seguro de que es tan grande la maldad que existe en vos que no encontraréis hombre alguno que quiera asumir vuestra defensa y combatir contra mí en esta querella". "¡Oh, muy desleal perjuro y mentiroso!. El ofrecimiento que has hecho de probar contra tuyo por intermedio de un campeón, te hará reconocer lo contrario y permitirá demostrar la traición que ha sido preferida por tú falsa boca y librarme de culpa y del gran deshonor que me has atribuido". Entonces, la noble dama miró alrededor de la sala y preguntó en voz alta: "¿Hay aquí un caballero o barón que por amor a mí y al buen derecho que yo siento tener, se atreva a bajar a la lid al encuentro de Lución quien sin razón y sin motivo me ha atribuido la villanía que ha preferido ante todos ustedes?". Pero no hubo ahí ningún sarraceno suficientemente valiente para responder el pedido de la dama y ni siquiera para levantar la cabeza. Así permanecieron todos quedos y mudos, porque temían demasiado a Lución. La doncella, viendo que en el castillo del Rey, su hermano, no había hombre alguno que por amor a ella se atreviera a emprender batalla contra Lución, se puso muy triste sombría; muy piadosamente oró a Mahoma, rogándole que quisiera ayudarla.

Cuando el Rey Morgant vio que no había hombre alguno que se atreviera a combatir con Lución en favor de su hermana, le dijo a ésta que si dentro de 40 día no encontraba un campeón que lo defendiera, la haría quemar viva; y que si encontraba un campeón y era vencido por Lución, inmediatamente lo haría colgar. "Y no os otorgaré ninguna otra gracia; pero, dado que sois mi hermana, me basta que mientras tanto permanezcáis como prisionera en vuestra habitación siempre que me prometáis que jamás saldréis de ahí sin mi autorización". La bella Nathalie prometió lo que se la había pedido y, requerido por el Rey, Lución prometió también pelear con el campeón que encontrara Nathalie; porque jamás pensó que ella podría encontrar a alguien que se atreviera a combatir contra él.

Así como lo habéis oído, de un lado y de otro, la cosa fue convenida. Después, la doncella salió y fue a su habitación, donde se quedó hasta la hora en que pensó que ya todos estaban acostados. Tomó las llaves del calabozo y fue hacia el portón; lo abrió y llamó a Gérard, lo llevó a su habitación y ahí la bella Nathalie le contó como Lución la había acusado de traición ante su hermano, el Rey Morgant, atribuyéndole que había intentado envenenar a éste para convertirse en dama y reina del país. Le contó también para defenderse debía encontrar a un campeón dentro de los próximos cuarenta día que estuviera dispuesto a combatir contra Lución para probar que lo que había dicho culpando a la doncella era una falsa y desleal calumnia y gran traición. "Y es así que si no encuentro un campeón que me defienda, seré condenada a morir quemada; pero si encuentro tal campeón a éste resulta vencido frente a Lución, el Rey, mi hermano, lo hará colgar". Cuando Gérard escuchó a la doncella le dijo riéndose: "Bella, no os preocupéis más de buscar un campeón. Por el gran bien y la cortesía que siempre me habéis manifestado, yo os ayudaré a defender vuestra querella, la que estoy seguro que es buena y justa". Cuando la doncella escuchó a Gérard, lo amó aún más y le agradeció mucho por la oferta que le hacía. Así como oís, esa noche conversaron juntos. Luego, cuando llegó la mañana, Gérard regresó a su prisión, como se había acostumbrado a hacerlo; la bella Nathalie se quedó pensando muy bien de este hombre por quien su vida y su honor debían ser defendidos.

Como se aproximaba el día en que debía realizarse el combate, el Rey Morgant vino a buscar a su hermana y le dijo que debía encontrar una persona que quisiera defender su querella o que, de otra manera, ella sabía bien que por justa sentencia sería condenada a muerte. "Hermano mío", le dijo Nathalie, "ya he encontrado un campeón que defienda mi derecho frente a Lución". "Me place mucho esto", le dijo el Rey Morgant, "porque jamás he amado tanto a una criatura como a vos y sería muy feliz si resultara que no tenéis la culpa que Lución pretende atribuiros". "Sire", le dijo la doncella, "soy vuestra hermana y vos sois mi hermano. Sin embargo, vos mismo habéis comprobado que en vuestra Corte no he encontrado ningún hombre suficientemente valiente que, viendo que me encuentro en peligro de muerte, se haya atrevido a ofrecer combate contra Lución; lo cual me ha sumido en una gran melancolía. Pero Mahoma, por quien he sido reconfortada, me ha hecho la gracia de encontrar un campeón que estará en el campo para defenderme frente a Lución. Hermano mío, vos sabéis que hay en vuestra prisión un cristiano a quien me habéis entregado en custodia, que es aquél que mató a nuestro padre a quien nunca más volveremos a ver. Me he dirigido a él y le he contado la situación en que me encuentro y la querella que debo afrontar. El me ha jurado por su ley que por el honor nuestro y por el aprecio que tiene a vos y a mí, bajará al campo para enfrentar a Lución, defendiendo mi derecho". Cuando Morgant escuchó a su hermana, recordó la muerte de su padre que había sido matado por Gérard. Pero el ferviente amor que tenía por su hermana le hizo cambiar de humor y otorgó la autorización para que ella trajera al prisionero como a su campeón; de lo cual la doncella muy respetuosamente agradeció al Rey, su hermano. Después, la doncella fue a su cuarto y mandó llamar a Gérard con su esclavo. Llegó Gérard, quien la saludó sonriente; y la doncella le dijo que era bien venido. Después ella agregó: "Gérard, bien sabéis que mi hermano os colocó en mis manos y bajo mí haceros sufrir o dañaros. Tengo mucha necesidad de encontrar un campeón que quiera batirse por mí frente a Lución. Por esto os he hecho venir a mi habitación para deciros que mi hermano, el Rey Morgant, está contento de hayáis aceptado combatir en mi favor. Por eso os ruego que, si tanto me amáis, no os retractéis ahora". "Señora", le dijo Gérard, "como os he prometido el otro día, estoy listo para combatir a Lución; y os prometo que, con la ayuda del Dios en que creo, más le valdría a Lución encontrarme al otro lado del Mar Rojo que haberos acusado de traición". Entonces, la bella Natalie le agradeció en presencia de todas las damas que estaban muy maravilladas con Gérard y se decían unas a las otras que nunca habían visto antes un joven mejor hecho ni mejor formado en todos sus miembros. ¡Qué pena que no fuera creyente en Mahoma!. Hubo una de las damas que llegó a decir que si una persona así la amaba, ella se sentiría muy feliz aunque él hubiera matado a su padre o a su abuelo. Así como lo oís, conversaban las damas entre ellas sobre Gérard; de lo cual la doncella Nathalie estaba muy contenta, porque ella lo amaba mucho, aunque uno y otro disimulaban a fin de que no se dieran cuenta de sus amores.

Por ahora dejaremos de hablar de ellas y les contaré sobre Lución.