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La traición
Capítulo 24

Aquí se habla de la Dama de Trazegnies y del caballero Amaury, quien quería casarse con ella

Acompañamiento musical

Ya habéis oído por lo que antecede que la Dama de Trazegnies había quedado embarazada cuando Gillion, su marido, partió a Oriente; y he dicho también como dio a luz a dos bellos hijos. Tan bien los crió y los instruyó que eran iguales a su padre en virtud y en costumbres. A menudo ella extrañaba a Gillion y rezaba a Nuestro Señor para que lo hiciera regresar a su país y pudiera ver a los dos bellos hijos que ella le había dado.

Sucedió que un día el buen Conde de Hainaut, acordándose de Gillion de Trazegnies a quien tanto había querido, decidió que por la estima que le había tenido iría a Trazegnies para ver y reconfortar a la Dama y a sus dos hijos. Salió de Mons y llevaba como único acompañante a un caballero que se llamaba Amaury des Marcs, que era del linaje de los Guellenon. Y así ambos llegaron a Trazegnies. Cuando la Dama fue advertida de la llegada del Conde, mandó llamar a sus caballeros, damas y señoritas para estar más honorablemente acompañada en la recepción del Conde. Cuando llegó, el Conde descendió las gradas que conducían a la sala y encontró ahí a la Dama, quien lo recibió muy respetuosamente. Fueron puestas las mesas y se sentaron a comer; respetuosa y ricamente muchos platos fueron servidos. Los dos niños de Trazegnies estaban delante de la mesa del Conde, donde se esforzaban por servirlo. En esa comida pasaron varias cosas: Amaury, que estaba sentado en una de las mesas con los demás, se puso a mirar a la Dama que se encontraba sentada al lado del Conde. Le pareció tan bella que pensó que jamás había visto una dama más bella. No podía quitar los ojos de ella porque el amor lo había ya enlazado de tal manera que todo su corazón estaba comprometido. Se decía a sí mismo que sería muy feliz si pudiera casarse con una dama como ella. Entonces el Conde le preguntó a la Dama si tenía noticias de Gillion, su marido, desde su partida. "Sire," le dijo la Dama, "desde que partió del país de Hainaut, no he vuelto a tener noticias de él. Quiera Dios por su gracia librarlo de peligro y nos lo devuelva con gran alegría". Habiendo dicho esto, la Dama comenzó a llorar. El Conde la reconfortó lo mejor que pudo y le dijo: "Prima mía, sabed que si estuviera con vida, ya habríamos tenido algunas noticias. La Iglesia ha establecido que cuando un hombre no regresa donde su mujer después de siete años de haber partido, ella lealmente y sin ningún reproche puede volverse a casar ; y yo os aconsejo que penséis en ello". "Sire," le respondió la dama, "Dios no quiera que jamás en la vida tenga otro marido que Gillion, mi señor, a pesar de que a Nuestro Señor le place tenerlo tanto tiempo lejos, espero ver antes de morir, cualquier cosa que sea la que tenga que sucederme. Mientras lo espero, sus hijos serán a la vez mis hijos y mi marido. Porque si su padre no regresa, ellos serán el único marido que yo tendré; ya he estado casada lo suficiente". El Conde, habiendo percibido la voluntad de la Dama en su respuesta, dejó de hablarle del asunto y cambió de conversación.

Ahí estaba Amaury que no sabía cómo hacer para imaginarse maneras sutiles de caerle en gracia a la dama que ocupaba todo su pensamiento. Se quedó mirando a los dos hermosos hijos de la Dama que servían al Conde y que estaban muy deseosos de rendir honor y de hacer cualquier cosa que complaciera al Conde. Este veía sus afanes con gran satisfacción. Y le dijo a la Dama Marie que, por lo que podía verse, sus dos hermosos hijos mostraban signos de continuar con honor las costumbres y virtudes de su padre. Después preguntó a la Dama cuánto tiempo había pasado desde que su marido, Gillion, había partido. "Sire, le dijo la Dama, "mañana hará catorce años desde que partió del país de Hainaut y ésta es también la edad de mis hijos a quienes crié sola hasta ahora lo mejor que puedo. Y los

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seguiré criando así hasta que sean fuertes y se encuentren formados. Después, Sire, os servirán igual que lo hizo su padre". "Dama," le dijo el Conde, "cuando llegue ese momento, por el gran aprecio que yo tenía a su padre les dejaré notar que su presencia y su servicio me es agradable. Mientras me quede vida en el cuerpo, yo os ayudaré a vos y a ellos y os respaldaré en vuestros asuntos". Entonces la Dama y sus señores parientes y amigos, como el Señor d'Anthoing, de Havrec, d'Enghien, de Ligne y de Bossut, agradecieron al Conde.

Después de que el Conde hubo permanecido dos días en el Castillo de Trazegnies y cuando estaban sentados a la mesa para cenar, llegó el Conde de la Marche , que por entonces tenía grandes tierras en Hainaut con derecho a administrar justicia . Saludó al Conde y a sus barones y a la Dama de Trazegnies. Le trajeron el agua y luego lo sentaron al lado del Conde. Cuando terminaron de cenar y las mesas fueron retiradas, todos demostraron gran alegría y júbilo de encontrarse ahí reunidos; y la Dama de Trazegnies estaba muy feliz y agradecía a Nuestro Señor por el honor que le había hecho de que todos recordaran en esta forma a su buen marido, Gillion. Las lágrimas le saltaron de los ojos y corrieron a lo largo de su rostro, que era bello y sonrosado. El Conde que estaba sentado al lado de ella, la vio llorar y le preguntó la causa de su tristeza. "Sire," le dijo la Dama, "no debéis maravillaros. Porque cuando me acuerdo de Gillion, mi marido, y no lo veo en esta noble asamblea, sabed Sire que poco me falta para que el corazón se me parta. ¡Como pluguiera a Dios que yo lo viera hoy entre vosotros en esta noble asamblea! Pero, a pesar de su ausencia, tengo siempre la esperanza de que lo veré de regreso antes de que yo muera y así mis sufrimientos serán reconfortados". Entonces el Conde, habiendo escuchado a la Dama decir estas cosas que daba pena oírlas, le respondió: "Prima mía, el duelo que os veo llevar me obliga a preguntaros si no quisierais que envíe a algún buen caballero o escudero notable a través de los mares para que con gran diligencia intente conseguir noticias de Gillion, vuestro marido, y saber finalmente si en verdad se encuentra aún con vida". "Sire," le dijo la Dama, "si por el aprecio que tenéis de él y de mi queréis hacernos esta cortesía, yo y mis hijos quedaremos eternamente obligados a vos". Entonces el Conde, que deseaba verdaderamente complacer a la Dama, miró en derredor por la sala y vio a Amaury, quien era su caballero muy hábil. El Conde lo llamó y le preguntó si quería emprender un viaje al otro lado de los mares para saber e investigar si habían noticias de Gillion de Trazegnies, particularmente si estaba muerto o vivo. Cuando Amaury oyó al Conde, su Señor, se puso muy contento por haber sido escogido y le dijo: "Sire, por complaceros y por complacer a la Dama de Trazegnies, estoy listo para emprender el viaje y no regresar hasta que logre saber la verdad sobre si Gillion se encuentra muerto o vivo". El Conde y la Dama lo miraron con simpatía y le agradecieron mucho.

Entonces Amaury se aprestó para realizar su viaje. Inmediatamente se despidió del Conde y de la Dama de Trazegnies y de todos los barones que ahí se encontraban, dirigiéndose a su Castillo de Ormays donde él era Señor. Después, el día siguiente, emprendió el viaje creyendo regresar prontamente. Pero se dice en lenguaje común que más vale saber que creer; porque en verdad Amaury nunca más regresará a su país, como lo oiréis a continuación.