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La traición
Capítulo 28

Aquí se habla de la gran batalla que tuvo lugar delante de Babilonia y de la muerte del desleal Amaury

Sigue en "Prisión en Trípoli"

Acompañamiento musical

caballos caídos en batalla.jpg

Ya habéis oído cómo el Rey Isor de Damasco fue muerto delante de Babilonia y cómo después lo fue también el Emir de Orbrye, su sobrino. Estas noticias corrieron por Africa y por Barbaria y así llegaron hasta el Rey Fabur de Moriena, quien se decía pariente próximo del Emir de Orbrye.

Este escribió y envió mensajeros a todos sus súbditos, parientes, amigos y aliados, para que vinieran a reunirse con él. Mandó también buscar a su primo, el Rey de Fez , y a otros varios reyes y emires que eran sus parientes cercanos. Cuando todos hubieron llegado a la ciudad de África, les presentó sus quejas por la muerte del Rey Isor y de su primo el Emir de Orbrye, acusando al Sultán de Babilonia por haberlos perseguido y matado. Por ello, les suplicó que tomaran venganza de la muerte de sus parientes y que el Sultán que había cometido estos actos fuese muerto y su país incendiado y arrasado, de modo que quedara totalmente en ruinas. Entonces todos a una sola voz le respondieron que ya estaban tardando demasiado y que estaban impacientes de tomar venganza. El Rey Fabur habiendo oído esta respuesta, les agradeció a todos.

Hicieron los preparativos necesarios y luego sus barcos, equipados con todo lo que podía requerirse para llevar a cabo una guerra, entraron en el río que pasa delante de ese puerto de África. Cuando todos estuvieron en los barcos, izaron las velas y se dirigieron al mar donde navegaron con tan buen viento que pronto llegaron a Damietta. Después entraron en el río del Nilo, donde avanzaron destruyendo ciudades y pueblos, y así sanos y salvos llegaron hasta un puerto bastante cerca de Babilonia. Llegados ahí, bajaron de las naves los caballos, armaduras, tiendas de campaña, banderas y todo lo que necesitaban para la guerra. En total, eran diez mil hombres montados en sus destreros que tomaron el camino hacia la ciudad, destruyendo a hierro y a fuego todo lo que encontraban a su paso.

El clamor del pueblo fue tal que llegó hasta el Sultán quien quedó muy desconcertado al oír las quejas, sin saber quién podía atacarlo. Pero entonces se presentó un sarraceno que le mencionó por su nombre y por su apodo a aquél que le hacía esta guerra. Entonces el Sultán, lleno de ira contra los atacantes, mandó llamar a Gillion, quejándose de que hacía algún tiempo que no lo había visto ni había venido a departir con él.

Un sarraceno fue por Gillion y, al encontrarlo paseándose en una sala, le dijo gritando: "Sire, el Sultán me envía para que vayáis de inmediato a hablar con él". Gillion fue al palacio y apenas el Sultán lo vio, le dijo: "Gillion, sabed que se nos viene una gran guerra, según lo que han informado mis hombres que han visto el avance de los ejércitos enemigos. Porque son tres reyes juntos quienes quieren destruir mi país y mi tierra. Estos son a saber, el Rey Fabur de Moriena, como jefe y conductor de todos, el Rey de Fez y el rey Corsabrin de Vanclore , quienes se dicen parientes del Rey Isor de Damasco y del Emir de Orbrye. Se han prometido unos a otros que no se alejarán de mi ciudad sino hasta que la hayan asegurado y mi país haya sido puesto en total ruina". "Sire," le dijo Gillion, "Dios no quiera que esta posibilidad les sea concedida. No os mostréis preocupado por sus amenazas sino más bien, como Príncipe valiente, hacedles ver que su aventura puede convertirse en un gran vituperio para ellos. En vuestra ciudad tenéis una gran caballería. Salgamos a los campos y vayamos al encuentro del enemigo. Si Dios quiere ayudarme hoy y no me fallan ni el brazo ni la espada, me verán como una desgracia para ellos". El Sultán, habiendo oído la forma como Gillion lo arengaba y le insuflaba coraje para salir al encuentro de sus enemigos, corrió a abrazarlo y le dijo: "¡Oh, tú Gillion, padre, refugio, estaca, pilar y confundidor de mis enemigos! Ruego a Mahoma que te permita llevar tu voluntad y tu fuerza a sus extremos. A buena hora te he retenido conmigo".

Entonces Gillion que estaba muy deseoso de encontrarse de una vez en la batalla porque más quería la muerte que la vida en razón de la gran pena que tenía en su corazón debido al amor de Dama Marie, su mujer, a quien creía muerta, vio a Hertán y al traidor Amaury que se paseaban por una de las salas. Llamó a Hertán y le dijo: "Amigo, quisiera que hoy portéis el estandarte como lo habéis hecho en otra ocasión. No sabría hoy entregarlo a otro más valiente que vos". "Señor," le dijo Hertán, "no merezco que me hagáis este honor. Pero ya que así lo queréis, con la gracia de Dios me esforzaré tanto que tendremos honor y gloria mientras que nuestros falsos y desleales enemigos tendrán gran daño y vituperio". "Y vos, Sire Amaury," dijo Gillion, "estaréis cerca de mi". "Sire, respondió éste, haré lo que vos ordenéis, de manera que estaréis contento de mi". Oh, el desleal y perverso traidor mentía; porque sus pensamientos estaban en otro parte, como lo demostró después y como lo oiréis a continuación. Pero pagó su deserción.

Viendo Gillion de Trazegnies que el Sultán colocaba en él toda la dirección de la hueste con plenas facultades, hizo publicar un anuncio por la ciudad ordenando que todos tomaron sus armas y concurrieran a una plaza delante del palacio que era muy grande y amplia. Una vez reunidos, daba horror oírlos por el ruido que hacían y por el sonido de los tambores, cornos y trompetas. El Sultán y Gillion se colocaron sus armaduras y subieron a sus destreros. La bella Graciana, viendo a Gillion, su amigo, que partía a la guerra, subió rápidamente a la torre más alta del palacio para seguirlo con la mirada hasta donde pudiera. Ella no sabía si llorar por su padre o por su amigo, ya que comprendía que ambos corrían el riesgo de perder su vida. Rogó muy humildemente a Nuestro Señor que quisiera regresarlos a ambos sanos y salvos y habiendo obtenido victoria sobre sus enemigos.

Cuando el Sultán y Gillion estuvieron en el campo y una vez organizados y reunidos sus batallones, comenzaron a avanzar hacia sus enemigos a quienes veían delante de ellos esperándolos. De pronto, ambos ejércitos vinieron el uno contra el otro, galopando ferozmente. Cuando estuvieron suficientemente cerca, comenzaron a tirarse flechas y dardos de ambos lados en tal cantidad que se formó una nube espesa de flechas y dardos sobre sus cabezas a tal punto que entre el polvo y las flechas no era posible ver el sol. Después vino el turno de las lanzas y de las espadas. Se mataban mutuamente de tal manera que los muertos y heridos formaban pilas y montones y la sangre corría por los suelos. Gillion, Hertán y Amaury entraron en la batalla, aunque éste último hubiera preferido quedarse atrás; más hubiera preferido permanecer en Hainaut que haber venido. A menudo sucede que el pensamiento de un loco tiene más consecuencias de lo que se cree. Lo digo por Amaury quien por su locura partió en busca de noticias de Gillion de Trazegnies con el único objetivo de lograr el amor de Dama Marie y casarse con ella; lo cual no pudo hacer, como habréis de oír a continuación.

Gillion, quien montaba un poderoso destrero, entró en la batalla y se encontró en primer lugar con el Emir de Trípoli a quien embistió con su lanza que era muy fuerte y rígida, al punto que penetró el escudo y la coraza de acero y lo atravesó de parte a parte, cayendo el Emir muerto al pie de su destrero.

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Después atacó a otro a quien hizo caer al suelo y murió en forma miserable pisoteado por los caballos. Entró con tanta energía dentro del campo de sus enemigos que antes de que su lanza se hubiera roto ya había matado a seis de ellos. Después echó mano de la espada con la que hizo tal matanza de sarracenos que tenía sangre hasta en la cota. Sus enemigos le corrían y ninguno no se atrevía a esperarlo en el sitio. La batalla se presentaba feroz por ambos lados. El Sultán gritaba "¡Babilonia!" y el rey Fabur gritaba "¡Moriena!". El rey Corsabrin gritaba "¡Vanclore!", y así cada uno daba su grito de guerra. Ahí estaba Hertán, quien seguía muy de cerca a Gillion sosteniendo con una mano el estandarte y con la otra combatía, para lo cual había tenido que soltar las riendas de su destrero. Amaury, que tenía mucho temor de perder su vida, pensó para sí que si seguía al lado de Gillion no tendría ninguna seguridad de conservar la vida; y así cobardemente se dio media vuelta y se retiró de la batalla tomando la dirección del Nilo, creyendo que encontraría una nave o embarcación que por una suma de dinero lo llevara hasta Damietta. Sin embargo, un sarraceno advirtió su maniobra y, apartándose de la batalla, corrió tras él con la lanza baja gritándole: "Mal hombre, si no os enfrentáis a mí os atravesaré el cuerpo con la espalda con el hierro de la lanza". Amaury, que transpiraba de terror, fue sorprendido con estos gritos a tal punto que ni siquiera tuvo el valor de defenderse. El dicho sarraceno vino directamente sobre él y le dio un golpe tan maravilloso y tan horrible que la lanza atravesó a Amaury y salió por el otro lado de su cuerpo en más de un pie y medio , cayendo muerto al pie de su destrero. Así como lo oís, el traidor Amaury recibió el pago de su deserción.

Por su parte, Gillion de Trazegnies iba de un lado a otro por la batalla abriéndose paso entre la multitud, abatiendo y confundiendo a los sarracenos por todos lados; porque no le importaba morir por el amor de su mujer. Hertán, que llevaba el estandarte, escogió a un sarraceno de su bando que era muy fuerte y valiente con las armas y le dijo: "Amigo, os ruego que llevéis este estandarte. Me estorba demasiado y me fastidia no poder acudir en ayuda de todo el mundo como quisiera". El sarraceno, a quien le pareció que no le podían haber hecho mejor honor, tomó el estandarte con mucha alegría. Hertán corrió hacia Gillion y lo encontró en grave peligro entre los morienos [moros], combatiendo pié a tierra. Tanto había peleado que sus puños estaban hinchados. Si en ese momento no hubiese sido socorrido, le hubiera sido imposible escapar a ser capturado o muerto. Pero con la ayuda de Hertán que vino en su socorro y gracias a las grandes proezas que éste hizo, fue rescatado y quedó a salvo. Viendo Hertán que se encontraba en tierra, se dirigió contra un sarraceno que estaba montado en un poderoso destrero, a quien le dio un tajo de revés con la espada, tan grande que le separó la cabeza del cuerpo, con yelmo y todo a la altura de los hombros. Después tomó el destrero del sarraceno muerto y se lo entregó a Gillion, quien inmediatamente montó en él. Gillion le agradeció mucho a Hertán por esta gran cortesía que había tenido para con él. Después los dos juntos penetraron en las filas enemigas y les aplicaron tanta disciplina que daba horror ver.

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En varias ocasiones, el Sultán dejaba de combatir solamente para ver las grandes maravillas que hacía Gillion. Se decía a sí mismo que no parecía hombre mortal quien tenía tal fuerza como para dar y recibir golpes tan grandes.

La batalla fue muy grande y feroz y duró muchísimo. El Rey de Moriena [Mauritania] se paseaba por el campo gritando: "¿Dónde estás tú, desleal Sultán, que has hecho matar por un cristiano al más noble rey que usó espada? Este fue Isor de Damasco; y también al buen Emir de Orbrye. Tienes que saber que la muerte de ellos te será vendida cara". Entonces atacó al Sultán con una lanza enorme que por poco no lo echó a tierra; y hubiera estado en gran peligro si no lo hubieran ayudado inmediatamente los babilonios. Pero llegaron tantos sarracenos de ambas partes que los dos jefes fueron separados. Entre ellos llegó el Rey Corsabrin, quien daba feroz batalla contra los babilonios, corriendo peligro el propio Sultán si Gillion no lo hubiera ayudado. Cuando Gillion vió al Rey Corsabrin que hacía tanto daño a los babilonios, se acercó a él ruidosamente como una tempestad. Le dio un golpe tan fuerte sobre el yelmo que los círculos de oro no pudieron evitar que lo abriera hasta los sesos. El Rey Corsabrin cayó muerto al pie de su destrero y el Rey Fabur se puso muy apesadumbrado cuando se enteró de la noticia. Por su parte, el Rey de Fez estuvo también muy apenado por el aprecio que le tenía a Corsabrin, quien era su sobrino, y maldijo a Mahoma; después, penetró más profundamente en la batalla, arengando a su gente. Hertán estaba siempre cerca de Gillion, abatiendo y dando tajos a los sarracenos.

Hasta que llegó el momento en que fue necesario para ambas partes que se tocase a retirada. Los babilonios entraron de vuelta en la ciudad y los enemigos regresaron a sus tiendas de campaña. Cada combatiente manifestaba un gran duelo por los amigos que había perdido en la batalla; porque ninguna de las dos partes podía decir que había tenido menos pérdida que la otra. Cuando el Sultán entró de regreso en su ciudad, su hija la bella Graciana se acercó a saludarlo, muy contenta de que tanto su padre como su amigo estuvieran a salvo. El Sultán se hizo quitar la armadura. La doncella tomó a Gillion de la mano y lo llevó, junto con Hertán, a su habitación donde mandó que les quitaran las armaduras.

Después se pudieron a hablar de miles de cosas. Entre otras, Gillion se lamentaba mucho de que Amaury hubiera sido muerto en la batalla. Entonces, Hertán le dijo: "Señor, no necesitáis lamentaros de ello ni extrañarlo. En realidad, tan pronto como os vio entrar en la batalla se escapó, escondiéndose hasta que estuvo fuera del campo de batalla. Luego, cuando se vio solo, picó espuelas y comenzó a costear la ribera del río. Pero no se había alejado mucho cuando fue advertido por un sarraceno que lo persiguió lanza en mano, picando fuertemente con las espuelas a su caballo; y mató a Amaury, sin que éste hiciera además alguno para defenderse. Dejadlo estar así porque más vale muerto que vivo, ya que en él no se podía tener confianza a pesar de la buena impresión que nos dio a vos y a mí". "Hertan," le dijo Gillion, "por lo que decís, ahora sabemos que no era hombre de estar entre los buenos y ni siquiera de conversar con ellos. Por consiguiente, su muerte no se puede tener en cuenta".