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Prisión en Trípoli
Capítulo 29

Aquí se habla de otra batalla que sucedió delante de Babilonia donde el Rey Fabur de Moriena fue derrotado y de cómo Gillion fue llevado prisionero a Trípoli en Barbaria

Acompañamiento musical

Así como oís, Gillion y Hertan conversaban con la doncella en su habitación. Por su parte, el Rey Fabur de Moriena y el Rey de Fez se habían retirado a sus tiendas de campaña y se lamentaban de la muerte del Rey Corsabrin de Vanclore, a quien tenían mucho aprecio. Entonces, los dos juntos, unidos a sus emires, hicieron un juramento solemne sobre la imagen de Mahoma de que jamás se alejarían del lugar del sitio hasta que el Sultán y el cristiano que tanto daño habían hecho estuvieran sujetos a su voluntad, la ciudad de Babilonia haya ardido, sus muros y sus torres hayan sido destruidos y sus palacios demolidos. Pero muchas veces he oído decir que de lo que piensa el loco algo queda y que aquel que calcula sin respaldo, más le vale calcular dos veces la situación. Lo digo por los dos reyes paganos que proferían estas amenazas contra el Sultán y contra Gillion de Trazegnies.

Estos se encontraban en el palacio conferenciando permanentemente sobre la posibilidad de encontrar un medio que les permitiera conservar la ciudad y anular los propósitos de sus enemigos. Los sitiadores llevaban a cabo diariamente fuertes ataques contra la ciudad. Pero, aunque éstos no tenían afecto, se producían numerosas carreras, sobresaltos y escaramuzas, tanto por los de dentro como por los de fuera. Durante mucho tiempo estuvo sitiada la ciudad, al punto que Gillion y Hertan, así como el Sultán y sus emires, se encontraban bastante irritados. Llegaron a la conclusión todos juntos de que más valdría asumir la situación con audacia y correr el riesgo de ser muertos en batalla que prolongar la resistencia en el sitio. El Sultán encomendó a Gillion que dirigiera sus huestes y llevara los batallones como mejor le pareciera; por lo cual, éste aprestó a las tropas para salir de la ciudad a atacar a sus enemigos. Cuando llegó el día, hizo anunciar por toda la ciudad que tanto viejos como jóvenes que tuvieran costumbre de llevar armas debían estar listos para salir al campo a combatir y defender sus cuerpos y vidas, sus mujeres y niños y para destruir y ahuyentar a sus enemigos fuera de su tierra. El pueblo, habiendo oído el mandato de su jefe, estuvo listo para pelear. Salieron de la ciudad donde encontraron al Sultán y a Gillion de Trazegnies que ya habían comenzado a ordenar los batallones. Por su parte, el Rey de los morienos y el Rey de Fez, viendo que los babilonios salían de su ciudad, comenzaron a marchar a su encuentro. Cuando estuvieron cerca, se arrojaron ambos bandos tal cantidad de dardos y flechas que parecía que fuesen nubes y hacía que, unidas al polvo y al aliento de los caballos, todo fuera oscuro y negro, de manera que con gran dificultad podían distinguirse unos y otros. Estando frente a frente las dos huestes, Gillion de Trazegnies se arrojó sobre sus enemigos y escogió a un sarraceno a quien apuntó con su lanza y le dio un golpe tan potente que tanto la punta de hierro como la madera del asta atravesaron el cuerpo más de un pie y medio. Al retirar su lanza, el sarraceno cayó muerto al suelo. Después derribó a un segundo y a un tercero y a un cuarto, los que cayeron debajo de sus destreros sin ninguna posibilidad de levantarse. Así, les correspondió terminar sus días miserablemente bajo los pies de los caballos.

Manuscrito Lord Devonshire: Muertos por las patas de los caballos 2.jpg

Después echó mano de la espada, con la cual hacía maravillas. Hertán lo seguía de cerca y causaba una matanza tan grande de paganos que parece increíble de solo oírlo contar. Por su parte, el Rey de Moriena y el Rey de Fez arengaban a su gente y castigaban duramente a los babilonios. El Sultán, viendo que sus enemigos se esforzaban en matar y dar tajos a los babilonios, alzó su espada y, como frente a él estaba un poderoso emir que era sobrino del Rey de los Morienos, le dio un golpe tan duro y poderoso que el tajo le abrió hasta los sesos. Después, para reunir a su gente, comenzó a gritar: "¡Babilonia!". El Rey Fabur, habiendo visto cómo el Sultán había matado a su sobrino, le dio un golpe al Sultán con la espada sobre el yelmo tan fuerte que lo aturdió y lo tumbó por tierra. Pero el Sultán, que era muy fuerte y hábil, se puso rápidamente en pié, espada en mano, gritando "¡Babilonia!" para defender su vida. Sin embargo, su fuerza y su virtud le hubieran sido de poco valor si Gillion y Hertán no hubieran acudido rápidamente en su ayuda. Cuando ellos escucharon el grito, inmediatamente lo reconocieron y pensaron que el Sultán necesitaba socorro. Picaron espuelas viendo como rayos hasta donde se encontraba el Sultán, matando a todos los que se encontraban en su camino. Se abrían paso entre la multitud y dispersaban a sus enemigos de tal manera que no había quien fuera suficientemente valiente para atreverse a esperarlos. Gillion de Trazegnies divisó en su camino al Emir de Trípoli de Barbaria a quien le dio tal tajo

Manuscrito Lord Devonshire: Babilonia 1.jpg

sobre el hombro que el brazo y el escudo cayeron por tierra. Después le dio un terrible empujón que lo hizo salir de la montura y caer entre los muertos. Gillion cogió el destrero del Emir por la rienda y se lo entregó al Sultán quien inmediata y rápidamente montó en él y le agradeció a Gillion por el gran servicio que le había hecho. Entonces, Gillion, el Sultán y Hertán entraron juntos en el fragor de la batalla gritando "¡Babilonia!".

Los gritos y la algarada aumentaron de ambos lados a tal punto que era una cosa horrible oírlos. Si quisiera decirles todas las grandes proezas que Gillion de Trazegnies hizo ese día -y Hertán con él- tardaría demasiado tiempo en contárselas. Tanto se esforzaron, que lo quisieran o no los morienos, se vieron obligados a retroceder y a perder terreno; lo que al Rey Fabur y al Rey de Fez les dio una gran pena en el corazón al ver a su gente que era herida y muerta dolorosamente por el empuje de sólo dos hombres. Cuando estos reyes vieron que ya no les quedaba recurso ni remedio alguno, se dieron a la fuga hacia sus naves que estaban ancladas en el río del Nilo. Gillion, Hertán y los babilonios los siguieron en su huída, dándoles tajos y matándolos por montones al punto que los caminos y los campos estaban cubiertos de muertos. De pronto, Gillion de Trazegnies vio al Rey Fabur y al Rey de Fez que huían juntos hacia el río; pero al mismo tiempo advirtió que Hertán combatía contra los morienos, quienes lo habían rodeado y se disponían a darle muerte. Sin embargo, el Sultán acudió rápidamente en socorro de Hertán, por lo que Gillion pudo correr detrás de los reyes que huían y llegó hasta la embarcación del Rey Fabur cuando éste ya se encontraba dentro de su nave. Gillion, creyendo que era seguido por los babilonios, saltó dentro de la nave con la espada en la mano gritando "¡Babilonia!". Entonces los paganos que lo vieron entrar solo y sin compañía, con gran prisa cortaron las cuerdas de las anclas y se hicieron a la vela, abandonando el puerto y navegando por el río. Cuando Gillion se dio cuenta de que se encontraba en medio del río cercado por sus enemigos, lamentó mucho su situación.

Por su parte, el Sultán y Hertán combatían y mataban a los fugitivos al punto que pocos pudieron escapar con vida. El botín que obtuvieron los babilonios fue muy grande y se repartió en función de los méritos que habían hecho durante la pelea. De pronto, el Sultán llamó a Hertán y le preguntó dónde se encontraba Gillion. "Sire, le dijo Hertán, mientras los morienos me rodeaban, lo vi pasar persiguiendo al Rey Fabur de Moriena". Entonces el Sultán ordenó que se le buscara por todas partes; pero ni siquiera pudo encontrarse a persona alguna que diera razón de él. Esto le produjo una gran tristeza en el corazón; pero su dolor y su cólera no podían hacer nada para ayudar a Gillion de Trazegnies que mientras tanto combatía dentro de la nave del Rey Fabur. Pero cuando vio que la embarcación se alejaba de tierra, tuvo un gran dolo en el corazón porque comprendió que ni su fuerza ni su ánimo podían servirle de mucho ahora. En ese momento, el Sultán y Hertán miraron hacia el río y oyeron los gritos y las algaradas que hacían los sarracenos alrededor de Gillion, mientras este combatía contra ellos; pero nada podían hacer para socorrerlo o ayudarlo desde tierra. Las lamentaciones y los gritos que dieron el Sultán, Hertán y los babilonios fueron tan grandes que se podían oír hasta en la ciudad. Porque se daban perfectamente cuenta de que la fuerza, la espada, el pilar de los babilonios se encontraba perdido. Veían ante sus propios ojos como Gillion era llevado prisionero que se le pudiera dar ninguna ayuda.

El Sultán, muy triste y pensativo, con gran dolor, entró en la ciudad de Babilonia donde fue alegremente recibido por su hija. Pero cuando ella vio que su padre y Hertán lloraban y que con ellos no estaba Gillion, el corazón le indicó lo que había sucedido. Sintió un vivo dolor en el pecho pero no dio señal alguna de ello en su rostro a fin de que sus amores no pudieran ser advertidos. Le preguntó al Sultán, su padre, la causa por la cual lo veía tan adolorido y éste le respondió que tenía razones para ello debido a la gran pérdida que habían sufrido en la batalla en razón de la captura de Gillion, a quien apreciaba más que a cualquier otra persona en el mundo. La bella Graciana, sabiendo con certeza la captura de su amigo, reunió como mejor pudo todo su coraje y consoló a su padre. Después se fue a su habitación donde en la forma más lastimera del mundo, lloró y se lamentó por la pérdida de su amigo pensando que no lo vería nunca más. A ella la dejaremos estar y os contaré de Gillion de Trazegnies.