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Prisión en Trípoli
Capítulo 30

De cómo Gillion fue encerrado en un calabozo y de las lastimeras lamentaciones que hacía

Acompañamiento musical

Poco después de que Gillion hubo entrado en la embarcación del Rey Fabur creyendo que lo seguía el Sultán y los demás babilonios, se encontró rodeado sin que le quedara ninguna posibilidad de liberarse: estaba ante la captura o la muerte. Muy devotamente oró a Nuestro Señor, recordó a su mujer a quien creía muerta y lamentó que nunca más regresaría a su país. Como caballero íntegro y valiente, no temía a la muerte. Espada en mano comenzó a golpear a los enemigos que lo rodeaban en la embarcación. A uno, le cortó un brazo; a otro lo abrió hasta los sesos. Aquel a quien tocaba ya no tenía necesidad de pedir que le curaran sus heridas. De igual forma que el jabalí arrinconado, el se había guarecido en el castillo de popa, de donde había echado a todos los sarracenos. Cuando los veía acercarse, corría hacia ellos como un loco, como aquel a quien ya su vida no le importa. Cortó pies y manos, brazos y hombros; la sangre de los muertos y heridos teñía la embarcación de rojo. Pero ni su fuerza ni su habilidad podían ya servirle porque estaba tan cansado de combatir que le fallaron las fuerzas y ya ninguno de sus brazos le obedecían mientras que por las heridas que había recibido le manaba mucha sangre. Llegó un momento en que se sintió tan débil que no pudo tenerse en pie y cayó.

Cuando los sarracenos lo vieron caído, saltaron sobre él y lo hubieran indudablemente matado si el Rey Fabur no hubiera estado presente. Éste les gritó que lo dejaran con vida. Lo capturaron, le amarraron de pies y manos y lo tiraron a la bodega de la nave, donde lastimeramente se quejaba, extrañando a su mujer, a su hijo, al buen Conde de Hainaut y a sus amigos. El Rey Fabur estaba muy contento con la captura que había hecho y aprovechó tan bien el viento que pronto llegaron al puerto de Trípoli en Barbaria, donde fue recibido con gran alegría como señor del país. Él y el Rey de Fez descendieron de sus naves e hicieron que arrastraran fuera del barco a Gillion y lo arrojaran a un calabozo muy profundo y oscuro. Cuando el Rey Fabur llegó a su palacio, comenzó a lamentarse muy vivamente por la gran pérdida y los daños que había sufrido ante Babilonia. Pero pronto se consoló por el hecho de que tenía en su prisión a aquel que era el culpable de tales daños y sobre quien vengaría su ira. Le preguntó al Rey de Fez y a los Emires que estaban con él cuál era la muerte o el tormento que debían aplicar para terminar con el cristiano que estaba en el calabozo, ya que era este mismo hombre quien con sus manos había matado al Rey Isor, al Emir de Orbrye y después al Rey Corsabrin de Vanclore.

Manuscrito Lord Devonshire: captura en el barco del Rey Fabur.jpg

"Sire", le dijo el Rey de Fez, "si queréis creerme, yo no os aconsejaría que lo hiciérais morir tan rápidamente. Yo lo tendría en el calabozo a pan y agua, sin darle ninguna otra cosa, hasta que llegue el día de la fiesta de San Juan en que vuestros pares y Barones estarán reunidos con vos. Entonces, para honrar el día y hacer sacrificio a Mahoma lo podréis juzgar y ejecutar ante todos los que hubieren venido a la fiesta". El Rey Fabur habiendo oído al Rey Fez, estuvo de acuerdo con lo planteado y dijo que seguiría su consejo.

Así como oís, esta vez le fue respetada la vida a Gillion quien, sin embargo, fue advertido por el carcelero que la hora de su muerte había sido simplemente postergada, pero que sufriría al martirio en la fiesta de San Juan. Gillion se sintió reconfrontado, diciéndose a sí mismo que un día de postergación vale bien cien marcos y oró de esta manera: "¡Oh, verdadero Dios! te suplico que quieras ayudarme, reconfortarme y librarme del peligro en el que me encuentro. ¡Oh, muy noble país de Hainaut! No quiero pensar más en vos cuando ha muerto aquella a quien más deseaba ver en el mundo y un pequeño niño que ella había engendrado. Ruego a Nuestro Señor que quiera acoger su alma con misericordia y evitarle todo mal al buen Conde de Hainaut, así como a todos mis buenos amigos que no saben el peligro en el que me encuentro. A Dios encomiendo mi alma.¡Oh, Dama Graciana!. El destino ha querido que ese gran amor que me demostráis sea apartado para siempre. ¡Oh, Hertán, mi muy caro amigo! Estoy seguro por lo que os conozco que si supierais el lugar en que me encuentro, os arreglaríais para ayudarme a salir de aquí. Pero es imposible que lo sepáis".

Dejaremos por un momento de hablar de Gillion hasta que sea hora de regresar y hablaremos ahora de Hertán y de la doncella Graciana.