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La batalla de Babilonia
Capítulo 18

Cómo Gillion y Hertán llegaron hasta la tienda del Rey Isor de Damasco

Acompañamiento musical

Manuscrito Lord Devonshire: detalle del diablo guerrero en la orla.jpg

Cuando Gillion se encontró armado con la armadura del Sultán, se puso impaciente por entrar en batalla. Por otra parte, vio que Hertán estaba pronto a ir con él. Esto le dio una gran alegría en su corazón porque veía que era un hombre de maravillosa defensa y de gran fuerza.

Mientras conversaban entre ellos y se aprestaban a partir, oyeron desde la ciudad las quejas y los gritos de los que habían escapado de la batalla y también las lamentaciones que denotaban el gran dolor de damas y doncellas por sus padres, hermanos y maridos que habían muerto en la batalla y por el Sultán que había sido cogido prisionero y llevado al campamento de sus enemigos.

El ruido en la ciudad era tan grande que la bella Graciana lo escuchó desde su habitación. Rápidamente, abrió una ventana y, mirando hacia abajo, vio pasar un caballero que estaba gravemente herido. Le preguntó por qué había tantos gritos por la ciudad y la causa de ellos. El sarraceno le dijo: "Señora, ese dolor y esas quejas tan emotivas son a causa de vos, porque ojalá hubiera placido a Mahoma que nunca hubiérais nacido. Hemos perdido la batalla y el Sultán, vuestro padre, ha sido llevado al campamento de Isor de Damasco". Habiendo oído la doncella al caballero sarraceno, sintió un dolor tan amargo al corazón que cayó desmayada en el piso delante de Gillion. Al ver esto, Gillion la tomó en sus brazos. Cuando ella volvió en sí lanzó un grito lacerante. Gillion, que era muy prudente y moderado, la reconfortó diciéndole: "Señora, vuestro lloro y las lágrimas que veo caer de vuestros bellos ojos no pueden prestar verdadera ayuda a vuestro padre ni reconfortarlo en forma alguna. Por eso, debéis portaros como una dama virtuosa. Dejad de lado el dolor y hacednos traer aquí dos de los mejores destreros de las caballerizas de vuestro padre. Y yo os prometo que, mediando la gracia de Nuestro Señor, Hertán y yo os traeremos al Sultán, vuestro padre, antes del atardecer y haremos tal daño a Isor de Damasco que maldecirá la hora de mi nacimiento". "Sire," le dijo Hertán, "mientras tenga brazo y espada, os ayudaré y socorreré; y prometo no

separarme de vos, salvo que la muerte me obligue a ello".

La bella Graciana, habiendo oído las palabras de los dos barones, quedó totalmente reconfortada. Encargó a Hertán que fuera inmediatamente a escoger y traer los dos mejores caballos del establo, lo que éste hizo. Luego, colocó encima del caballo que debía montar Gillion una muy rica manta de lujo del Sultán. Después los dos montaron a caballo y, habiéndose despedido de la doncella, cabalgaron por la ciudad. Los babilonios estaban muy admirados de cómo y de qué manera su Señor había logrado escaparse de las manos de Isor de Damasco. Hertán les gritaba que grandes y pequeños tomaran las armas. Incluso quienes huían de la batalla se detuvieron y cobraron nuevo coraje, regresando a los campos con Gillion y Hertán con la idea de que era el Sultán. Y comentaban entre sí que bien desgraciado es quien no cree en Mahoma, que es capaz de hacer milagros tan evidentes como los que había hecho por su Señor a quien hacía menos de una hora que habían visto encadenado en el campamento de Isor de Damasco. Era indudable que Mahoma había querido interceder. "Aquél que nos lo ha devuelto quiere socorrernos y ayudarnos en nuestras necesidades y por eso bien lo podemos seguir con seguridad".

Así como lo oís, los babilonios conversaban entre ellos y se alentaban creyendo que Gillion de Trazegnies era su Señor. Apenas partió Gillion, la bella Graciana subió a lo alto de una de las torres del palacio para ver desde ahí la batalla, rogando a Nuestro Señor que le diera a Gillion la fuerza y el poder suficiente para que él y su padre pudieran regresar con vida. "Lo que sé de seguro es que si pierdo a Gillion, jamás veré a mi padre. Por tanto, mi muerte estará próxima".

Así como lo oís, la noble doncella pensaba en sí misma. Por su parte, Gillion, Hertán y los babilonios salieron de la ciudad y llegaron al campo de batalla donde encontraron un gran conjunto de sarracenos que venía huyendo. Gillion los increpó y les dijo que juraba por Mahoma que si no regresaban a pelear con él los mandaría matar. "Dado que Mahoma me ha otorgado la gracia de escaparme de mis enemigos, debemos pensar que es por un gran milagro y que su ira quiere que nos venguemos de los damasquinos". Cuando los sarracenos lo oyeron hablar así, todos creyeron que era el Sultán quien les hablaba. Agradecieron a Mahoma, sin reconocer a Gillion, porque las armas y el caballo los habían visto antes usados por el Sultán. Gritaron a una sola voz que cabalgara hacia los enemigos y que ellos los acompañarían hasta la muerte. Entonces Hertán también les dijo que tenían razón de actuar de esta forma ya que Mahoma había hecho el gran milagro de enviarles sano y salvo a su Señor. E inmediatamente los babilonios, con grandes ganas de matar y de despedazar a sus enemigos, siguieron a Gillion en gran número. Porque en Babilonia no quedó viejo ni joven que no acudiera a pelear, debido al gran milagro que creían que Mahoma les había hecho.

Tanto se esforzaron que llegaron al lugar de la batalla, donde encontraron el estandarte maestre por tierra. Lo levantaron y lo entregaron a un rey sarraceno que estaba con ellos, para que lo llevara. Pero por el momento dejaremos de hablar un poco de ellos hasta que sea llegada la hora y mientras tanto les contaré del Rey de Damasco.