Cuando el Sultán oyó hablar a su hija, se dio cuenta de que decía la verdad, pero no pensó el fin hacia el cual ella apuntaba. Le dijo: «Mi muy querida hija, creo en tu buen consejo». Entonces el Sultán dio la señal para que no se hiciera daño al cristiano y ordenó que se le devolviera a la prisión. Ahí se encontró con un nuevo guardia de la torre a quien el Sultán le ordenó que lo recondujera al calabozo y que, so pena de muerte, no le diera de comer sino pan y de beber sino agua. El guardia contestó que cumpliría la orden hasta la muerte. Entonces desató a Gillion y, cogiéndolo por el brazoa, lo llevó al calabozo. Cuando se encontró ahí, Gillion levantó los ojos y muy piadosamente dijo: «Oh, mi verdadero Dios, que quisisteis salvar mi cuerpo y alejarme del peligro como lo puedo apreciar, porque hace un momento creía que mi fin había llegado. Pero, por Gracia Vuestra, la doncella ha hecho que mi vida sea respetada. Muy dulce Dios, os encomiendo a mi mujer, a mi hijo y a todos mis buenos amigos. Dice un proverbio que "a quien Dios quiere ayudar, nadie le puede hacer daño». Porque Gillion comprendía que un momento antes no esperaba sino la muerte y ahora, por consejo de la doncella, se le había otorgado gracia. De otro lado, tenía un nuevo guardián que ocultamente era creyente en Dios, pero no se atrevía a decirlo por el gran temor que le tenía al Sultán. A pesar de su temor, cada día pasaba y reconfortaba a Gillion dándole |