Home

Capítulo 24 | Capítulo 25 | Capítulo 26 | Capítulo 27 | Capítulo 28
La traición
Capítulo 26

De cómo el desleal Amaury cruzó el mar y llegó a Babilonia donde encontró a Gillion y de lo que le hizo creer

Acompañamiento musical

Ya habéis oído la manera como Amaury fue enviado por el Conde de Hainaut a ultramar para averiguar sobre el paradero de Gillion de Trazegnies. Como es evidente, su deseo era no encontrarlo y más bien quería comprobar su muerte a fin de que a su regreso pudiera casarse con

mapa viaje Amaury.jpg

la Dama de Trazegnies.

Amaury llegó a Venecia y se hizo a la mar con varios mercaderes. Se preguntaba dónde podría hallar a Gillion y se dijo a sí mismo que si se dirigiera a Siria podría quizá encontrar alguna noticia, porque era bien sabido que la intención de Gillion al partir de Hainaut era de ir directamente a Jerusalén para orar y besar el Santo Sepulcro. Por eso, estuvo muy contento de encontrar unos mercaderes que iban por mar hasta Acre, para pasar de ahí a Damasco.

No voy a hacer un recuento detallado de los días del viaje por mar porque basta decir que en poco tiempo llegaron sin mayor problema al Puerto de Acre , donde descendieron todos del barco. Después, al día siguiente en la mañana, Amaury tomó un guía que lo llevó esa noche a Nazareth. Luego pasaron por Samaria y las montañas del Líbano, hasta que llegaron a Napelouse; y al día siguiente en la tarde entraron en la Ciudad Santa de Jerusalén .

Amaury fue a alojarse, donde los peregrinos acostumbran hacerlo. Cuando llegó la mañana, fue a oír Misa. Después bajó al Santo Sepulcro e hizo su ofrenda. Luego regresó a su alojamiento. Preguntó al posadero y a varios otros dónde podría encontrar alguna persona que le diera noticias de Gillion, pero ni el posadero ni aquellas personas a quienes preguntó supieron darle razón alguna. Varios días estuvo en la ciudad, siempre preguntando a todo el mundo lo que deseaba saber.

Mientras caminaba por las calles, pensaba cómo podía hacer para tener a la Dama Marie como mujer. Este pensamiento no lo abandonaba ni un sólo momento. Un día, mientras caminaba pensativo por la calle, vio sobre la diestra a un peregrino vestido con una esclavina y con el bordón en la mano que pedía limosna. Este, tan pronto vio Amaury, se le acercó a pedirle limosna. Amaury, viendo que era peregrino y que parecía venir de muy lejos porque estaba muy delgado y enjuto, tomó de su bolsa un florín de oro y se le entregó, diciéndole: "Amigo, te ruego que me digas de dónde eres, de dónde vienes en tan pobre estado". El peregrino en forma muy modesta le contestó que había nacido en el país de Normandía pero que ahora venía directamente de Babilonia, luego de haber estado en varios otros países; y que sabía hablar árabe y otras lenguas. "El largo tiempo que he estado ausente de mi país, me ha obligado a aprender idiomas extranjeros". Amaury escuchó con mucha alegría que el peregrino le dijera ser del país normando. "Amigo, le preguntó, te ruego que me digas la verdad. Quiero saber si en el país de donde vienes hay paz o guerra". "Sire," le contestó el peregrino, "en el país de Babilonia acaba de haber una gran guerra. El Rey Isor de Damasco tuvo sitiada a la ciudad. Pero el Sultán tenía a un cristiano prisionero a quien permitió pelear a su lado en la batalla; y éste hizo tanto que con su propia mano mató al Rey Isor y a varios otros Reyes y emires, derrotando a los sitiadores y rescatando al Sultán que estaba prisionero. La fama de sus hechos y de sus proezas es tan grande que por allá no se habla de otra cosa sino de él". Cuando Amaury escuchó al peregrino, pensó para sí que podría tratarse de Gillion. "Amigo, le dijo Amaury, "te ruego decirme si has visto a aquél de quien me hablas". "Sire," le dijo el peregrino, "no lo he visto en persona, pero todos me han dicho que se trata de un hombre bien plantado, grande y macizo, con miembros bien formados". "Amigo," le dijo Amaury, "para agradecerte las cosas interesantes que me has contado, te invito a cenar conmigo. Después podrás irte donde te parezca". Entraron a la posada y cenaron juntos. Luego el peregrino se despidió y se fue. Y Amaury, que estaba muy deseoso de saber si verdaderamente era Gillion quien se encontraba en Babilonia, se alistó e hizo las provisiones para atravesar los desiertos.

Tomó un cargador como guía y partieron de Jerusalén. Se esforzaron tanto que llegaron a Gaza , que está a la entrada de los desiertos, la cual dejaron atrás. En el camino encontraron a varios mercaderes que se dirigían también a Babilonia, lo que le dió mucho gusto a Amaury. Tan pronto como pudo, se acercó a ellos con el pretexto de preguntarles el camino que llevaban. Después les dijo que en Jerusalén habían encontrado a un peregrino que le había dicho que el Sultán contrataba a la gente de armas que quisiera servirle. Uno de los mercaderes le contestó que era cierto y le propuso que viajara con ellos para protegerlos durante el camino y que, como remuneración, le darían una parte de las ganancias. Amaury, muy contento, les respondió que no quería otra cosa.

Tanto andaron por los desiertos que se apartaron de los caminos y casi se encontraron perdidos, por lo que tuvieron que

que regresar hacia la costa, logrando llegar al Puerto de la Isla Bercia que está cerca de Damiette. Y estuvieron muy afortunados porque si permanecían más tiempo en el desierto, hubieran muerto de hambre. En ese puerto encontraron

Hainaut
Venecia
San Juan de Acre
Nazareth
Nablús
Jerusalén
Gaza
Damietta
El río Nilo aguas arriba
Babilonia del Cairo

una pequeña embarcación que los llevó hasta Damiette, donde el Emir ordenó que les dieran alojamiento en la posada. Permanecieron dos días en esa ciudad para descansar y restablecerse en las fatigas del viaje por el desierto. Como Amaury sabía que el Sultán contrataba a sueldo a la gente de guerra, cualquiera que fuera su religión, compró lo mejor para llegar armado en la forma más impresionante. El día siguiente, él y los mercaderes tomaron otra embarcación que los condujo por el río del Nilo y en cinco días llegaron al puerto de Babilonia.

El Sultán había dejado a la ribera del río para entretenerse con la llegada de los barcos de mercaderes y ver las variadas y extraordinarias mercaderías que traían. Es así como advirtió la llegada de la nave en que venía Amaury; y divisó a éste que estaba muy ricamente vestido y armado. Tuvo mucha curiosidad por saber quién era. Se acercó al barco y, luego de haber examinado a su gusto a Amaury, le preguntó quién era y de dónde venía armado en esa forma. "Sire," le dijo Amaury, "puesto que os place saberlo, yo os lo diré. La verdad es que soy del país Franco y he tenido que dejarlo recientemente porque maté a un caballero de la Corte del Rey de Francia debido a un disgusto que me dió. Por este motivo, el Rey me ha exiliado y obligado a abandonar mi país. Si he venido hasta aquí es porque he oído que a menudo tenéis guerra. Si queréis tenerme a vuestro servicio como uno de vuestros soldados, os serviré bien y lealmente". "Amigo," le dijo el Sultán, "estoy muy contento de vuestra venida. Por el aprecio que le tengo a Gillion a quien he encontrado leal y honesto, os retengo bajo mi paga; y os colocaré al lado de un caballero cristiano que estará muy contento con vuestra llegada". "Sire," le dijo Amaury, "estoy dispuesto a hacer lo que os plazca".

El Sultán llevó a Amaury a su Palacio. Gillion entró llevando de la mano a la bella Graciana y acompañado por Hertan. El Sultán que mucho lo apreciaba, lo llamó a su lado y le dijo: "Gillion, ved aquí a un cristiano que os traigo, el cual ha sido expulsado del Reino de Francia en razón de cierta muerte que ya él os contará. Ha venido a servirme y hará todo lo que yo le ordene. Si lo he contratado es por aprecio a vos. Por consiguiente, os lo entrego en custodia". "Sire," le dijo Gillion, "estoy muy contento de su venida". Se aproximó a Amaury, lo tomó del brazo* y le rogó que le contara noticias del país franco. Amaury hizo una profunda reverencia y le dijo que le daría las noticias más tarde.

La comida estaba servida y el Sultán se sentó a la mesa con su hija a su lado y Gillion al otro lado de ella. El Sultán ordenó a Amaury que se sentara con los emires. Fueron muy ricamente servidos; y, cuando terminó la comida, se quitaron los manteles, el Sultán se levantó de la mesa y Gillion tomó a Graciana de la mano y la recondujo a su habitación. Después regresó al Palacio donde encontró a Amaury a quien saludó muy cortésmente; éste contestó con igual cortesía. Entonces Gillion lo tomó del brazo** y le rogó que le contara lo que estaba sucediendo en el gobierno de Francia y le hablara del país de Hainaut, del cual había partido. "Sire," le dijo Amaury, "ya que queréis saber la verdad, os la contaré. Largo tiempo he vivido en Francia y he partido hace poco menos de dos años por una discusión que tuve en el Palacio del Rey de Francia con un caballero a quien infortunadamente maté. Como consecuencia, el Rey me expulsó del país. Fuí a ver al Conde de Hainaut, quien me retuvo en el Palacio y me apreció mucho. Pero cuando el Rey de Francia fue advertido que yo estaba con el Conde, le escribió diciéndole que, por lo que más amara y respetara, no me retuviera como huésped si no quería tenerlo a él por enemigo. Eso me obligó a abandonar el servicio de buen Conde. El Rey juró que si en cualquier lugar de la Cristiandad algún Príncipe me recibía, él le haría la guerra. Por ese motivo, me ví obligado a huir y a atravesar el mar. He venido a refugiarme aquí y estoy dispuesto a dar mi vida para servir con vos al Sultán". "Amigo," le dijo Gillion, "os agradezco este ofrecimiento. Pero os ruego que ya que habéis vivido en el país de Hainaut, querráis decirme si habéis oído hablar de la Dama de Trazegnies y si todavía ella vive". "Oíd," dijo Amaury, "la verdad que os diré. Sabed que poco después de la partida de Gillion, su marido, ella y su hijo por nacer, murieron; lo que produjo gran pena en el país".