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La traición
Capítulo 27

Cómo Gillion de Trazegnies se lamentaba por las mentiras que Amaury le hacía creer

Acompañamiento musical

Manuscrito Lord Devonshire: detalle de ave y flores en la orla.jpg

Cuando Gillion de Trazegnies escuchó a Amaury, tuvo tal impresión en su corazón que cayó desmayado cuan largo era. Después, cuando volvió en sí y comenzó a quejarse muy lastimeramente en la siguiente forma: "¡Ah, muy noble dama! Es por mi culpa que estabais encinta y que esto os ha sucedido. Ruego a Nuestro Señor que de vuestra alma quiera apiadarse y tener compasión. Siento dentro de mí que después de vuestra muerte, mi corazón jamás tendría alegría. ¡Ah, noble Conde de Hainaut, que pérdida y que males he sufrido desde la última vez en que nos hemos visto!". El desleal Amaury, viendo a Gillion tan acongojado, le dijo: "Ah, ah, Sire, ¡jamás hubiera creído que fuerais su marido, el Señor de Trazegnies!. Si lo hubiera sabido, os lo hubiera dicho de otra manera".

Mientras se encontraban en estas conversaciones, entró Hertán al Palacio y vio a Gillion llorando. Cuando lo vio tan adolorido, tuvo mucho temor de que algún mal grave le hubiera sucedido. Vino rápidamente hacía él y le preguntó la causa de sus lágrimas. "Amigo," le dijo Gillion, "la causa es muy grande. Ved aquí a un cristiano que viene directamente del país de Hainaut en el que he nacido y del que hace ya mucho tiempo que partí. He sabido por él que mi esposa ya no es parte del este siglo, lo que me ha dado tan gran dolor al corazón que si Dios no me hubiera ayudado habría muerto. Mi esposa era tan buena y leal dama que no existe otra parecida en el mundo". "Sire," le dijo Hertán, "cesad vuestro dolor ya que llorando y gimiendo no la podréis volver a ver ni ayudaréis a la salvación de su alma. Por eso os pido que ceséis vuestro duelo y que roguéis a Dios por ella, ya que no podéis hacer otro bien que rezar para que El la quiera acoger en su Santa Gloria".

"Hertán," le respondió Gillion, "comprendo perfectamente que vuestras palabras son exactas. Pero el gran amor que tenía por ella me lleva a lamentarse y a llorar. Porque ella era mi gozo y mi vida. Por amor a ella, tenía esperanza de regresar lo antes posible al país de Hainaut donde he nacido y donde tengo mi hogar. Ahora veo claramente que jamás regresaré, porque he perdido la alegría, ya que está muerta aquella a quien tanto solía amar. Bien veo que esto ha sucedido por mi pecado, debido a que he pasado tanto tiempo en tierra sarracena, tratando gente que no cree en Dios ni en su ley. Pero Dios juzgará mi fe y me querrá perdonar porque sabe bien que no tengo otro remedio. Y por ello prometo a Dios que siempre que me encuentre en batalla contra sarracenos a quienes no puedo amar, les haré sentir el gran dolor e irritación que llena mi corazón. ¡Oh, país de Hainaut, donde he dejado a mis buenos amigos! Esta vez sé que no os veré nunca más.¡Ah, muy nobles señores de Havrec , de Ligne , d'Anthoing , d'Enghien , la Hamede , Bossut y vos Sire de Floyon , que tanto me habéis querido al punto de haberme propuesto en el momento de mi partida que postergara mi empresa y mi viaje y que esperara hasta el día en que mi muy querida amiga hubiera dado a luz!".

"No quise seguir vuestro consejo porque había jurado a Dios que no permanecería más tiempo sin ver y visitar el Santo Sepulcro. Pero la fortuna me ha puesto en tan mala situación que creo ciertamente saber que no existe ser más infeliz que yo en el mundo. Porque sin primos ni parientes, me encuentro viviendo entre los sarracenos. No conozco una sólo persona en quien pueda tener confianza, salvo Hertán que me aprecia lealmente y la bella Graciana que tanto bien me ha hecho, por lo que es natural que yo la ame".

Así como lo oís, Gillion prorrumpía en lamento y Hertán lo reconfortaba lo mejor que podía sin saber el mal que tanta pena y perturbación le causaba. Se ha dicho alguna vez que un amigo vale más que veinte parientes cercanos. Mientras esto sucedía, la bella Graciana entró en el palacio y vio a Gillion que se había retirado a una esquina a lamentarse. Lo vio llorar de tal manera que las lágrimas le corrían a lo largo de la cara. Inmediatamente, vio que su corazón estaba lleno de tristeza y de amargura; lo vió pálido y descolorido. Inmediatamente se acercó a él y le preguntó muy dulcemente sobre la causa de su dolor y si alguno le había hecho alguna maldad que pudiera ser corregida. "Si tanto me amáis, me diréis prontamente la causa de vuestra pena. Y además os ruego decirme quién es ese cristiano que he visto conversando con vos y qué es lo que ha venido a hacer aquí". "Dama," le dijo Gillion, "a vos no quiero ocultar nada. La verdad es que cuando partí de mi país Hainaut, estaba casado con una muy noble dama, la mejor del país y la más bella y la más leal que pueda encontrarse. A ella le dejé encinta, lo que ahora pienso que fue un gran pecado. Pero a través de ese cristiano a quien os referís y que acaba de venir directamente del país en el que he nacido, me he enterado de que inmediatamente después de mi partida ella falleció, así como el niño del cual estaba encinta. Ruego a Dios que quiera perdonarle sus pecados".

Entonces la noble dama, habiendo oído de Gillion la causa de su dolor le dijo: "Gillion, sois un hombre y sabéis que somos mortales y que no hay nadie a quien un día no le toque la muerte. Nuestras lágrimas y nuestros gritos no nos permitirán verlos de nuevo; lo mejor que podemos hacer es orar por sus almas. Bastante sabéis que sois muy tiernamente amado por mí debido a la bondad que he visto en vos. Muchas veces me habéis explicado vuestras creencias. Y es así como siempre me habéis dicho que todas las adversidades que le suceden a la criatura mientras se encuentra en el mundo, debemos aceptarlas sin quejarnos e incluso agradecerlas. Vuestra gran fama y vuestra gran bondad han hecho que mi padre, el Sultán, os aprecie vivamente; al punto que no hay ahora cosa en el mundo que no haría por vos. Podéis estar seguro de que conmigo sucede lo mismo". "Dama," le dijo Gillion, "todo lo que me decís sé que es así; y creo ciertamente en ello. Por eso, estoy de acuerdo en que conviene superar el duelo que llevo en mi corazón. Pero si hubiera a Dios placido que el niño que ella me había dado quede con vida, me hubiera sido más fácil superar mi duelo. Mucho mal me hace el hecho de no dejar heredero para mi tierra ni para el nombre de Trazegnies, del cual soy jefe de familia. Veo ahora que el nombre y las armas de Trazegnies quedarán extinguidos y aniquilados por el hecho de haber perdido a ese niño; de esta forma veo que he perdido todo sin que jamás pueda recobrarlo". "Gillion," le dijo la dama, "por lo que os veo, creo que mal podríais reconfortar a un amigo cuando vos mismo no sabéis reconfortaros".

"Señor," le dijo Hertán, "mi dama os dice la verdad". Entonces Gillion mirando a Graciana y a Hertán que así lo reconfortaban, no mostró todo su dolor y refrenó su corazón; por amor a ellos dos, les hizo creer que ya estaba tranquilizado. La doncella lo tomó de la mano y ella y Hertán lo llevaron a su habitación donde permaneció más de un mes completo; por lo cual la doncella y Hertán estaban muy preocupados.

Dejaré ahora de hablar de ellos dos hasta que sea el momento de regresar.