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El viaje a Jerusalén
Capítulo 10

Cómo el Sultán intentó desembarcar en Chipre, pero no pudo hacerlo por la gran resistencia del Rey de Chipre

Sigue en "Prisión en Egipto"

Acompañamiento musical

Después de tomar prisionero a Gillion de Trazegnies y de haberlo enviado a un mal calabozo en Babilonia y luego de reunidos sus navíos que habían sido dispersados, el Sultán intentó desembarcar en el puerto de Baffe. Pero el valeroso Rey de Chipre que por entonces reinaba , se le adelantó en la defensa de su puerto; e hizo tanto con la ayuda de Dios y de su buena caballería que el Sultán no tuvo la fuerza necesaria para capturar el puerto. Por eso, se vio obligado a hacerse nuevamente a la mar sin haber tomado tierra, con gran deshonor y pérdidas; lo que lo puso muy enojado. El Rey de Chipre retornó a su ciudad de Nicosia con gran gloria e hizo el voto de que, tan pronto como pudiera, armaría una escuadra con destino a Babilonia, tan grande que sus navíos cubrirían el río Nilo.

Por su parte, el Sultán llegó al Cairo muy disgustado, siendo recibido con gran alegría por su muy amada hija, la bella Graciana, que era tan hermosa, modesta, cortés e inteligente que no sería posible encontrar otra igual. Cuando el Sultán vio a su hija, comenzó a sollozar y le dijo: «Hija mía, desde la última vez que nos hemos visto, he sufrido la mayor derrota que jamás he tenido. Pero hago votos a Dios y a nuestro santo profeta Mahoma que no tenga nuevamente alegría en el corazón hasta que ese muy desleal cristiano que se dice Rey de Chipre caiga en mis manos y que con cuatro potros le descoyunte y le arranque todos sus miembros uno a uno. Y si alguna vez viene un cristiano por estas tierras, también lo haré destruir». «Sire,», le dijo Graciana, «quiera Mahoma daros el poder de hacer lo que deseáis. Ahora, si dejáis de lado vuestro enojo por el momento y actuáis como si nada hubiera sucedido, seréis tenido por prudente». Al oír a su hija, el Sultán la miró y la besó llorando. Después subió las gradas del palacio donde se habían tendido las mesas y se sentó a comer en compañía de varios reyes y emires que habían venido con él, así como de otros, en medio de mucha gente.

Muy ricamente fueron servidos. La bella Graciana estaba sentada al lado de su padre, el Sultán, quien a menudo se volvía hacia ella y le contaba sobre la expedición para entretenerla. Mientras estaban a la mesa, entró de pronto un sarraceno que traía un mensaje del Rey de Damasco. Cuando estuvo delante del Sultán, sacó las cartas y se las entregó diciéndole: «Dios Todopoderoso y Mahoma, su mensajero, quieran salvar y proteger al Muy Alto y Poderoso Sultán de Babilonia de Egipto, Señor de los dos Templos de Jerusalén y de la Meca , así como a su muy bella hija, la bella Graciana. Sire, me envía ante vos el Muy Poderoso Rey Isor de Damasco para haceros saber por carta y por boca mía que hoy sois el Príncipe que más gustaría complacer en el mundo, debido al muy ardiente amor que tiene por vuestra hija, a quien veo sentada al lado de vos y a quien desea de todo corazón tenerla por esposa, a fin de tener con vos alianza y amor perpetuos».

Manuscrito Lord Devonshire: El Sultán y su hija.jpg

Entonces el Sultán, habiendo oído al sarraceno, tomó la carta. El mismo rompió los sellos de cera y la leyó. Una vez que la hubo leído, miró muy profundamente a su hija y luego se dio un tiempo para pensar. Después dijo al sarraceno que iba a comer primero y que más tarde le daría la respuesta.

El pagano quedó contento. Lo hicieron sentarse a la mesa, pero tenía siempre puesta la mirada en la bella Graciana, pensando que estaría muy feliz si su Señor, el Rey de Damasco, la tuviera como mujer; aunque le parecía que sería muy mal utilizada debido a la gran fealdad de su Señor, ya que era tan negro y desfigurado que producía horror verlo. Así como les cuento, el sarraceno tenía estos pensamientos que después expresó públicamente.

Después que hubo visto y comido a su gusto, regresó donde el Sultán para oír la respuesta. Al llegar frente a él, encontró que hablaba con su Consejo; y todos los miembros del Consejo eran de opinión que no debía entregarse la doncella al Rey Ysor. El Sultán hizo llamar al mensajero y le ordenó que regresara a Damasco y le dijera al Rey, por cartas que le entregaba y de viva voz, que por el momento su hija no estaba en situación de casarse ni con él ni con ningún otro. El sarraceno, habiendo oído la respuesta del Sultán, dijo en alta voz que, puesto que así era que no quería entregar a su hija a su Señor, tenía encargo y orden de desafiarlo. Lo dijo en tan alta voz que todo el mundo pudo oírlo: «Sultán, te digo como una verdad inevitable que antes de que haya pasado medio año serás sitiado por el Rey de Damasco, acompañado de ocho Reyes sarracenos, quienes están listos para ayudar al Rey Ysor a destruir todo lo tuyo». «Sarraceno,» le dijo el Sultán, «si no tuviera después que avergonzarme, a pesar de tu amo haría que te corten de inmediato los dos brazos. Anda y dile que no le temo ni le respeto. Y dile que cuando venga, le haré el honor de ir a su encuentro para mostrarle la fuerza de Babilonia y de Egipto». El sarraceno, teniendo la respuesta del Sultán, partió lo antes que pudo, sin agregar una palabra.

Tanto se esforzó que llegó un jueves en la tarde a Damasco. Le contó al Rey Ysor la respuesta del Sultán. Cuando el Rey Ysor hubo oído a su mensajero y leído las cartas que le fueron enviadas por el Sultán, hizo el juramento por el gran Dios del cielo y por su santo profeta Mahoma que no le dejaría un solo pie de tierra al Sultán y que tendría a su bella hija Graciana para hacer lo que él quisiera, quiera ella o no.