| Bien habéis oído que cuando partió Gillion de Trazegnies había dejado a Marie, su noble mujer, embarazada y encinta de hijo que, por la gracia de Nuestro Señor, pudo llevar normalmente durante nueve meses. Cuando llegó la hora, dio a luz a dos muy bellos niños. Este hecho dio lugar a una alegría muy grande entre toda su gente, así como entre sus parientes y vecinos. Los dos fueron bautizados. El primero que llegó al mundo fue llamado Jean y el segundo Gérard. No es de sorprender que la Dama manifestara una gran alegría cuando le trajeron a sus hijos, después del bautizo. Los miró muy fuertemente y se acordó del padre de ellos y de los pececillos que habían visto antes de que los concibiera. Entonces se puso a llorar muy tiernamente y a lamentar la ausencia de su buen Señor y marido, rogando devotamente a Nuestro Señor que lo quisiera traer pronto y a salvo a su lado. Cuando la noble dama pudo dejar el lecho, se puso a alimentar y cuidar de sus dos bellos hijos con mucha dedicación; porque ella no podía soportar que otra nodriza les diera de lactar. |
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Cada día los veía crecer y desarrollarse. Jugar y solazarse con ellos era su mejor pasatiempo y en esta forma olvidaba su sufrimiento por la partida de su buen Señor. Este se encontraba en Babilonia, prisionero del Sultán, del cual hablaremos dejando a la dama hasta que sea hora de hablar nuevamente de ella. | |
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