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Los reencuentros
Capítulo 46-A

De cómo el Rey Morgant de Esclavonia vino a sitiar al Rey Fabur de Moriena y de la batalla de los dos hermanos

Acompañamiento musical

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Así, como habéis podido oír por lo que antecede, los dos hermanos habían sido capturados y Gérard combatió contra Lución por el amor de la doncella Nathalie. Mientras Gérard estaba prisionero, se urdió una gran guerra entre el Rey Fabur

y el Rey Morgant de Esclavonia, debido a incursiones que recientemente habían hecho las gentes del Rey Morgant sobre la costa de Barbaria. Por este motivo, el Rey Morgant levantó un gran ejército y cruzó el mar para sitiar la ciudad de Trípoli, donde hizo levantar las tiendas de campaña y los estandartes. Una vez ahí, rodeó la ciudad de tal manera que nadie de los que estaba dentro podía salir.

El Rey Fabur estaba muy dolido por el hecho de haber sido sorprendido en esta forma por el Rey Morgant; y medida de que el tiempo pasaba, comenzaban a faltarle los víveres.

Varios asaltos y escaramuzas llevó a cabo el Rey Morgant, quien había jurado sobre su Dios Mahoma que no abandonaría el sitio de la ciudad hasta que la hubiera tomado y destruido. El Rey Fabur, viéndose así sitiado, hizo publicar un bando por la ciudad en el que convocaba a todos los habitantes para que se alistaran y se pusieran en pié de guerra; y les dijo a sus barones que más les valía morir por la espada defendiendo sus cuerpos y vidas que morir por hambre dentro de la ciudad. Cuando la gente de Moriena escuchó el bando del Rey Fabur, todos corrieron a armarse. Una vez listos, se reunieron en la puerta donde ya se encontraba el Rey Fabur armado y montado sobre su destrero, para salir en conjunto. Cuando vio a su gente reunida, el Rey Fabur salió de la ciudad y, ya en el campo, ordenó sus batallones. Después se puso en camino hacia las tiendas del Rey Morgant, donde encontró a sus enemigos ya armados y montados sobre los destreros. Los proyectiles y las lanzas comenzaron a venir de un lado y de otro. Entonces todos en conjunto se acometieron de tal forma que daba horror oír y ver lo que sucedía. El Rey Fabur, que era muy valiente con las armas, penetró en la batalla y persiguió a un poderoso Emir pariente del Rey Morgant, a quien le atravesó el cuerpo con la lanza, cayendo éste muerto por tierra. Después derribó a un segundo y a un tercero y a un cuarto, antes de que su lanza se rompiera. El Rey Fabur hizo grandes proezas.

Había ahí un pagano que rápidamente le vino a contar al Rey Morgant que el Rey Fabur le había producido una pérdida tan grande que jamás la podría reparar y que esta pérdida lo agobiaría por el resto de su vida si no le ponía remedio de inmediato. Entonces el Rey Morgant, habiendo oído al sarraceno, quedó muy dolido. Tanta era su ira e irritación que comenzó a transpirar y con muy mal genio cogió una grueza lanza con la que golpeó a un moriano sobre el escudo con un golpe tan grande que derribó al jinete y al caballo. Después penetró en la batalla, que por entonces era muy grande y feroz de ambos lados.

Mal hubiera sido para una y otra parte si la noche no hubiera llegado, obligándolos a separarse. El Rey Fabur, con poca pérdida, regresó a su ciudad y el Rey Morgant regresó a sus tiendas dolido e irritado por el gran daño que había sufrido de parte del Rey Fabur. Cuando el Rey Fabur se vio en su ciudad, agradeció a Mahoma por su buena fortuna. Pero estaba muy nervioso porque los víveres faltaban. Esa noche se fue a descansar, pero el día siguiente hizo venir a sus barones y consejeros exponiéndoles la situación y rogándoles que quisieran aconsejarlo. Entonces un caballero muy anciano se puso de pie y le dijo. "Sire, ya que pedís consejo, mi opinión os daré. Pienso que esta controversia y discrepancia que habéis vos y el Rey Morgant, podría fácilmente apaciguarse. Recordáis la gran pérdida que habéis sufrido en la guerra que tuvisteis contra el Sultán. Y por eso sería bueno que, para apagar tanta bulla, le digáis al Rey Morgant que os envíe a un campeón y que vos enviaréis al vuestro; y que en manos de ellos colocaréis vuestra querella. Si las cosas pasan de manera que el vuestro sea vencido o muerto, le ofreceréis reparar a su gusto el daño que vuestra gente les hubiera hecho. Y si las cosas pasan en forma que el campeón de ellos sea vencido, deberá regresar a su país prometiéndoos que jamás regresará a atacaros". "Amigo, le dijo el Rey, ¿Cuál es la razón o el motivo por el cual planteáis esto?. Porque nadie plantea nada sin tener algún propósito. Por consiguiente, antes que una cosa así sea llevada a cabo, es conveniente saber cuál es el propósito del que la plantea". "Sire, le dijo el morieno, ya he vivido tanto que bien debo saber que ante vos que sois mi príncipe no debo tener otro propósito si no es encontrar la salvación. Sire, es verdad que en vuestro calabozo tenéis prisionero a un cristiano que es valiente y hábil con las armas, conforme nos lo han dicho quienes lo trajeron. Si quisiera bajar al campo y combatir por vos, gran honor podría tener. En cambio, si no hacéis como os he dicho, vuestra guerra sólo os aportará gran daño y pérdida a vos y a vuestro país".