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En Chipre
Capítulo 38

De cuando el Condestable de Chipre fue a Rodas a buscar al Gran Maestre para lograr su ayuda y lo trajo a Chipre

Acompañamiento musical

Sitio de Nicosia Oxford 302.jpg

Cuando el Rey de Chipre vio que los esclavonios habían regresado a su campamento, alabó a Nuestro Señor y se dirigió al palacio para quitarse la armadura; lo que hicieron también todos sus barones y caballeros. Ya en el palacio, se acercó al Rey el buen Condestable y le agradeció, lo mismo que a Jean Gérard de Trazegnies, por haberle salvado la vida y liberado de la muerte. "Y por esto, Señores", les dijo: "no habrá momento en adelante en que no me sienta obligado a vosotros". "¡Ah, Sire!" le dijo al Rey de Chipre, "bien debéis alabar a Dios y agradecerle por el hecho de que estos dos jóvenes vasallos hayan venido desde un país tan lejano para socorreros y ayudaros en la necesidad". Así como oís, el Condestable conversaba con el Rey, en presencia de sus barones, alabando mucho a los dos jóvenes de Trazegnies.

El sitio de la ciudad de Nicosia duró mucho tiempo. Numerosas salidas, carreras y escaramuzas tuvieron lugar. Los esclavonios realizaron grandes ataques, pero en todos fueron ellos quienes perdieron y sufrieron daños, atemorizándose su gente. Porque en la ciudad había una gran caballería.

Sucedió que un día el Rey de Chipre reunió a todos los que formaban su Consejo y les habló de los problemas del Reino y del peligro en el que se encontraban. Les dijo que había bien que el Rey Bruyant había jurado que no abandonaría el sitió hasta que la ciudad quedara sometida; cosa que esperaba que Díos no permitiera jamás. "Y también sé en verdad", les dijo, "que no partirá, sino que intentará hacernos morir de hambre. Y por ello, Señores, que estáis aquí encerrados como yo, os ruego que me deis vuestra opinión y me aconsejéis sobre lo que hay que hacer". Entonces, el Condestable se puso de pie y dijo: "Sire, no os desalentéis porque tenéis suficientes amigos en torno vuestro. Cerca de aquí se encuentra el Gran Maestre de Rodas a quien podríais escribir rogándole y solicitándole que venga en vuestro socorro y ayuda, porque de otra manera vuestro Reino se encuentra en vías de ser perdido y la ley de Dios aniquilada. Deberíais pedirle también que traiga una buena cantidad de víveres. Tengo entendido que el Gran Maestre de Rodas es vuestro primo hermano; y creo verdaderamente que en vista de la gran necesidad en que estáis, no vacilará en ayudaros". "Condestable", le dijo el Rey, "tengo muy poca confianza en mi primo el Gran Maestre de Rodas y en sus templarios; y creo que sería hombre muy tonto quien en ellos se fiara. Sin embargo, cuando uno se encuentra en necesidad, debe requerir a la ayuda de sus amigos. Así, puesto que esto es lo que me aconsejáis, lo haré; aunque lo más difícil es encontrar a la persona que pueda llevar este mensaje, la que tiene que ser de alto rango".

"Sire", le dijo el Condestable, "no os preocupéis por ello. Cuando llegue media noche, saldrán quinientos hombres dirigidos por Jean y Gérard e irán al campamento de los esclavonios para dar un susto a su ejército. Por mi parte, saldré por la puerta que va directamente a Famagusta; y cuando haya llegado ahí, me embarcaré hacia Rodas para llevar vuestro mensaje ante el Gran Maestre. Vos habéis aquí una valerosa caballería y contáis con Jean y con Gérard quienes deben merecer toda vuestra confianza, lo que os permitirá defender la ciudad frente a los esclavonios". Cuando el Rey hubo escuchado al Condestable, le agradeció mucho y le encargó llevar su mensaje, rogándole que regresara tan pronto como pudiera.

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Gran Maestre de la Soberana Orden Militar de San Juan de Jerusalén, de Rodas y hoy de Malta

El Condestable se despidió del Rey y, cuando llegó la media noche, se reunió con los quinientos hombres más expertos y valientes que había en la ciudad. Viendo Jean y Gérard que había llegado la hora de partir, dieron la señal de salida; cuando estuvieron afuera de los muros, cada uno tomó un estandarte a fin de reconocerse mutuamente. El Condestable tomó su camino hacia Famagusta mientras que Jean y Gérard con su compañía penetraron en el campamento e hicieron gran disciplina entre sarracenos y esclavonios. Cortaron cuerdas y mástiles y abatieron tiendas de campaña y pabellones. Después mataron a todos los que encontraron dentro. Grande fue la gritería entre el ejército sarraceno. Todos corrían a ponerse sus cotas de malla y armadura haciendo gran ruido. Jean hizo tocar a retirada a fin de evitar que un esfrentamiento con demasiados enemigos juntos y regresaron a la ciudad sin haber perdido uno sólo de sus hombres, de lo cual el Rey estuvo muy contento. Por su parte, el Rey Bruyant, muy irritado por la gran pérdida que había sufrido, amenazaba duramente a los de la ciudad por todo el daño que había recibido.

De ellos dejaremos de hablar y diremos algo del Condestable, que estaba en camino de Famagusta con seis de los caballeros.